El ayuntamiento de Zaragoza, gobernado por la derecha radical, con el apoyo de la extrema derecha, está estudiando volver a autorizar el empleo de un herbicida relacionado con la aparición de cáncer como es el glifosato, descartado de nuestra ciudad desde el 2016.

En 2015, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) de la Organización Mundial de la Salud (OMS) la clasificó como “probablemente carcinogénico para los seres humanos”. Lo cual, teniendo en cuenta lo reacia que suele ser esta agencia a la hora de clasificar sustancias en esos listados, es decir mucho acerca de la acumulación de evidencias científicas que existe acerca de los riesgos de este herbicida.

La verdad es que la historia de las malas prácticas ligadas al glifosato es larga. Cabe citar, por ejemplo, lo que sucedió allá por los años 80 y 90 de la pasada centuria con algunos laboratorios de Estados Unidos, como Craven o Biotest, que trabajaban haciendo informes para las industrias químicas acerca de la “seguridad” de determinados pesticidas, entre ellos el glifosato. Las falsificaciones en las evaluaciones de riesgo llegaron a extremos tan descarados que algunos responsables fueron a dar con sus huesos a la cárcel. Pese a todo, algunos de aquellos estudios siguieron siendo tenidos en cuenta.

Diferentes investigaciones asocian el glifosato o las mezclas comerciales en que se integra, con mayor o menor peso de la evidencia, a efectos dispares: desde el crecimiento de células de cáncer de mama a efectos reproductivos y cambios de conducta en animales de laboratorio, pasando por alteraciones hepáticas y renales, efectos en las mitocondrias, defectos de nacimiento, resistencia a antibióticos, posible reducción de micronutrientes esenciales, alteración en la microbiota intestinal, que puede favorecer microorganismos patógenos, entre otros posibles efectos.

Los herbicidas basados en el glifosato, que además podrían tener una persistencia mayor de la que se esperaba inicialmente, también podrían estar teniendo efectos sobre los ecosistemas. Diferentes investigaciones aluden a efectos sobre el equilibrio del suelo fértil —algunos de los cuales podrían hacer que los cultivos fuesen más susceptibles de padecer algunas enfermedades— y sobre organismos clave que viven en él, como las lombrices de tierra.

El uso de herbicidas con glifosato estaría acabando con las plantas silvestres básicas para la supervivencia de esta especie en su fantástica ruta migratoria de miles de kilómetros. Algunas investigaciones lo han asociado también a efectos sobre polinizadores, como las abejas, sobre los organismos acuáticos (fitoplancton, anélidos, peces…) y a incrementos de mortalidad de los renacuajos de anfibios.

Es, en fin, mucha tinta científica y mediática la que ha corrido sobre este plaguicida. Y mucha más la que seguirá corriendo, por ejemplo, a medida que se vayan conociendo más aspectos acerca de su condición de disruptor endocrino, especialmente preocupante por los posibles efectos que este tipo de sustancias puede tener especialmente en etapas tempranas del desarrollo. Tanta tinta que acaso debiera aplicarse el principio de precaución, que teóricamente debiera imperar en zonas del mundo como la Unión Europea.

La concejala de Servicios Públicos, Natalia Chueca, aseguró ayer que hay estudios en los que concluyen que si se hace un uso correcto de este pesticida no tiene por qué provocar problemas.  ¡¡Que ironía!!

¿Veremos también en nuestros céspedes en las instalaciones deportivas este producto? ¿En los jardines de la ciudad, en los alcorques de los árboles, en las riberas de nuestros ríos?

Desde CGT exigimos que no se vuelva a dar vida a este producto en nuestra ciudad, existen alternativas no químicas para el manejo de plagas y malezas. De hecho, la normativa de la Unión Europea establece que el uso de alternativas no químicas debe ser priorizado.

¡¡Defendamos la salud, defendamos la tierra!!

¡¡Nuestro futuro como humanidad depende de nuestras acciones!!

¡¡EL AYUNTAMIENTO NO PUEDE SER CÓMPLICE!!