Artículo del compañero Carlos Lastanao

Hace dos días que he regado mis árboles… mi bosque. Hoy no hay agua. Estamos sufriendo restricciones en el riego. Han tenido que cambiarse los protocolos y las prioridades de los cultivos porque no hay agua para todos. En estos dos días tras el riego, nada de agua.
     Hemos visto estos días atrás las graves inundaciones que ha causado la gota fría en levante. Y mientras tanto, el trasvase estaba activo. El agua del Tajo era robada para llevarla a la cuenca del Segura. Desvestir a un santo para vestir a otro. Es la gestión del agua en España.
     Vivo en una tierra seca, donde llueven 350 litros por metro cuadrado al año. Además, hace viento unos 300 días al año. Un viento que acentúa la pérdida de humedad de las plantas. Mis árboles nuevos lo han pasado mal y han tenido que ser apoyados con agua del pozo. Muchos huertos se han resecado y las cosechas no han sido como se esperaban. A los calores intensos del verano se ha sumado el viento de forma simultánea poniendo a prueba a las plantas. Las lluvias, que tenían una distribución media mensual más o menos regular a lo largo de los meses del año de unos 20 litros por metro cuadrado, siendo el doble en mayo, han cambiado de modo que se puede estar sin una gota en temporadas superiores al mes,
     ¿Y cuál es la política comercial y agrícola en un entorno tan seco? Pues exportar el agua. No directamente, claro está. Un trasvase de agua que parece no serlo, pero que de hecho lo es. Se producen en los regadíos de la ribera del Ebro y del Gállego muchas toneladas de alfalfa. Alfalfa que se riega con las aguas de los ríos. Aguas que proceden de embalses que inundaron los pueblos de personas que vivían en la montaña. Aguas que hacen crecer cultivos cuyo destino será China y Arabia Saudí. Pasa lo mismo con frutas y verduras en otras partes del país, y con los frutos rojos que roban el agua de forma ilegal al Parque Nacional de Doñana para llevarlos a los países húmedos del norte de Europa. El agua, tan escasa siempre en este país se exporta en forma de producciones hortofrutícolas o forrajeras a otros lugares.
   

 En los supermercados, vamos a encontrar frutas que viajan desde la otra parte del mundo. Frutas que no se producen aquí porque aquí se produce alfalfa que se dedica a la exportación. Las legumbres propias de la península no son fáciles de encontrar en el comercio siendo la mayoría canadienses, argentinas o de EE. UU. La economía está globalizada. Se gana más dinero transportando mercancías de una parte del mundo a otra que produciendo los bienes que se transportan. Un riesgo muy grave para nuestra civilización.
   
   

Otras civilizaciones han desaparecido. Nos sorprende el hallazgo de ruinas de construcciones fastuosas y de grandes ciudades. Épocas de tremendas bonanzas que hicieron que Mayas, Egipcios, Romanos, y otras culturas de Asia construyesen elaborados templos y grandes obras de ingeniería. Todas colapsaron. Y colapsaron al completo. Tras décadas de éxito acabaron de forma abrupta. Si aquellos colapsos fueron grandes, nada tienen que ver con el que sufrirá nuestra civilización. Porque del mismo modo que las pasadas civilizaciones, la civilización de nuestra era, la era del transporte de larguísimas distancias, cuando colapse lo hará también de forma global. Se nos repite que el motor de combustión es un riesgo para el planeta, que debemos optar por vehículos eléctricos. Pero nada se hace con este desmán del transporte internacional que tiene como único objetivo el beneficio para unos pocos. Traer naranjas de África para llevar las producidas al lado de casa a otros lugares muy distantes… exceso de embalado, exceso de conservantes, exceso de transporte, exceso de producción que provoca una presión mayor sobre la tierra propia que tiene que producir también lo de otros… quizá este ritmo frenético no tenga una vida muy larga en el tiempo… quizá esta civilización del crecimiento colapse antes de que los científicos puedan llegar a cuantificar cual es la incidencia real de nuestra actividad en el clima de la Tierra.
   

 Ninguna civilización ha dejado de crecer al ver amenazado su futuro. En  Machu Pichu, todavía había edificios en construcción cuando se hubieron de abandonar. Zaragoza, que gozaba de una red de alcantarillado en tiempos de Roma, carecía de él en la edad media. En el teatro romano podemos advertir los pozos negros construidos cientos de años después. Cada civilización tuvo su recesión. Y en ningún caso la recesión fue voluntaria, sino fruto de la sobreexplotación.