En la madrugada del 18 agosto de 1936 fue vilmente asesinado, en Granada, Federico García Lorca. Editorial Anaya, en un libro de primaria, lo denominó como “Federico murió cerca de su pueblo, también podrían haber dicho que murió por indigestión de plomo, algo que le sucedió en la retaguardia a tantos miles de personas durante la Guerra Civil.

Sirvan estas líneas para mostrar nuestro cariño y reconocimiento a Federico, así como a todas aquellas personas que vieron sesgada su vida por la barbarie fascista. Su asesinato, es el crudo reflejo de la frase que pocos días después, el doce de octubre, se atribuye al infame Millán Astray ante Unamuno. «¡Muera la inteligencia!»

 Federico estaba atrapado en la Andalucía fascista de Queipo de Llano, responsable directo de la muerte de más de 45.000 personas en una brutal represión en Andalucía, (ese ser despreciable que “enseñó” a las mujeres rojas lo que es un hombre de verdad “Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y de paso también a sus mujeres“) y que a día de hoy se encuentra enterrado con honores en la Basílica de la Macarena. Cuando Federico es detenido en una Granada sumida en el terror, Granada llevaba tomada casi tres semanas por las fuerzas golpistas, con la connivencia de La Iglesia, La Banca y otros grandes estamentos de poder. Aquellos que se denominaban patriotas y nacionales se llevarán por delante a uno de los máximos exponentes culturales del país. 

Los golpistas fascistas, porque es lo que eran, fascistas, no solo se levantaron contra la pérdida del poder que durante siglos llevaban disfrutando, las conquistas obreras y las pocas mejoras que la recién nacida República burguesa estaba implantando, también se sublevaron contra el desarrollo de la cultura popular, algo en lo que Federico estaba 100% comprometido. Que las clases populares tuvieran un nivel cultural suponía, para terratenientes y caciques, la pérdida del control de las masas, sabían perfectamente que la cultura les haría libres, y eso, no se podía permitir. Junto a Eduardo Ugarte, Federico codirigió La Barraca, un grupo de teatro universitario con el que recorrería 74 localidades representando obras teatrales del Siglo de Oro.

[…Incluso antes del golpe militar de 1936, los conspiradores ya habían dejado clara su confianza en la necesidad de ejercer una violencia ejemplar contra la clase obrera, sus organizaciones y los líderes de los grupos republicanos en general. Emilio Mola, el general al mando de la conspiración militar, insistía en que: «Es necesario propagar una atmósfera de terror.  […] Cualquiera que defienda abiertamente el Frente Popular debe ser fusilado». Las ejecuciones en masa se convirtieron en un componente básico de la teoría y práctica de la operación emprendida por los traidores. El coronel Juan Yagüe, uno de los principales oficiales de Franco, cercano ideológicamente a la Falange y responsable de la masacre de unos dos mil izquierdistas que fueron apresados en una redada, conducidos a la plaza de toros de Badajoz y fusilados, expresaba de este modo las prioridades e intenciones de la represión durante la Guerra Civil: «[…] el hecho de que la conquista de España por  el  Ejército avance a un paso tan lento tiene esta ventaja: nos  da tiempo  para purgar el país  concienzudamente de todos los elementos rojos»…] (La República asediada, Paul Preston).

¿Qué fue más, si por rojo, maricón, o por su difusión de la cultura?, el hecho es que su mera figura incomodaba a todo energúmeno de derechas de pro. Por lo que la espiral de extrema violencia fascista se lo llevó por delante e intentó hacerle desaparecer, no lo logró, Federico vive, en cada rima, en cada estrofa, en cada obra, en cada una de nosotras.

Más de 80 años después, en pleno siglo XXI, seguimos oyendo las mismas arengas ultranacionalistas, el mismo odio, hacia los maricones, hacia las diferentes, hacia la cultura, hacia todo lo que se salga del nacionalcatolicismo. La misma defensa de intereses rancios, recubiertos de patriotismo, que huelen a cerrado, a naftalina. En un país como este, el odio de la extrema derecha nunca termina. El fascismo en este país murió en la cama, Federico sigue en una cuneta desconocida.

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