El día  6 de diciembre del 2017, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha deshecho la política tradicional de ese país con respecto a Palestina y ha anunciado el reconocimiento del Jerusalén ocupado como capital del estado creado en 1948 de Israel y ha ordenado el traslado de la embajada de su país a esta ciudad. En este acto suicida y provocador, despoja al pueblo palestino de todos sus derechos para dárselos al estado genocida de Israel.

Esta decisión irresponsable, teniendo en cuenta la situación de extrema gravedad (bloqueo, nuevos asentamientos, colonos, represión, militarización, estado de sitio, detenciones arbitrarias, robo de tierras, desempleo o ruina económica) en que se encuentran los Territorios Ocupados de Cisjordania y la franja de Gaza, provocará sin duda un recrudecimiento sin precedentes de las acciones de resistencia palestina que desembocará en una voraz y sangrienta espiral de violencia, que ya ha dado comienzo.

Durante 70 años, EEUU ha permitido a Israel robar las tierras palestinas (incluso cuando pretendía ocultarlo firmando la Resolución 2334) y hacer una limpieza étnica. Esta decisión de Trump representa una nueva fase en la agresión al pueblo palestino.

La ‘Ley del Gran Jerusalén’ de 1980 incluye la expulsión de los palestinos “residentes” de su ciudad natal con mil artimañas, y desde entonces está ilegalmente bajo la jurisdicción de Israel.

El estatus de la parte oriental de la ciudad, conquistada en 1967 por Israel, se encuentra disputado, ya que en este sector —referido habitualmente como Jerusalén Este o Jerusalén Oriental, que incluye la Ciudad Vieja— es donde el Estado de Palestina pretende establecer su capital. Israel discute las reclamaciones palestinas y, tras la Guerra de los Seis Días, considera la ciudad como un todo unificado y un mismo municipio, declarándola como su capital “eterna e indivisible”. Esta anexión ha provocado un amplio rechazo en la comunidad internacional, materializado en la resolución 478 del Consejo de Seguridad de la ONU, que la consideró contraria al Derecho internacional, y en señal de protesta por este acto unilateral los estados miembros de las Naciones Unidas acabaron por trasladar sus embajadas a Tel Aviv, tal como pedía la resolución.

Aunque nunca llegó a aplicarse la administración internacional que la propia ONU dictaminó en su Resolución 181 del año 1947, sí había un consenso internacional de no reconocer Jerusalén como capital del estado de Israel.

Este acto sólo puede desencadenar más conflictos étnico-religiosos en la región en el cumplimiento del Proyecto del Nuevo Oriente Próximo, imposibilitando la creación de un estado palestino, y de paso, ampliar el negocio de la militarización de la zona, y cumplir así el “sueño” sionista de posesión de los territorios entre el Nilo y el Eufrates, como marca su bandera. Otro de los propósitos de este reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel puede ser forzar a la Autoridad Palestina a aceptar la llamada “Iniciativa de Paz” de Jared Kushner que propone olvidarse del “estado palestino” y del regreso de los refugiados, conseguir una autonomía con la soberanía de Israel sobre las fronteras y el espacio aéreo de Cisjordanía, a cambio de recibir un generoso paquete de ayuda financiera destinada a la burguesía palestina.

Implica además que EE. UU. ya no considera la presencia israelí en Jerusalén Oriental una ocupación, ni ilegales los asentamientos judíos construidos después de la Guerra de 1967, que infringen el Convenio de Ginebra que establece que una potencia ocupante no tiene soberanía en el territorio que ocupa. Así, EEUU rompe con su compromiso formal de cumplir con el derecho internacional.

Este acto temerario ha acabado con décadas de consenso internacional sobre el estado de la ciudad. Hasta la Unión Europea, el principal aliado de Washington, ha dejado solo a Trump en esta peligrosa aventura.

También provocará la intifada de una gente que no sólo hoy no tiene nada que perder, sino que ve cómo secuestran su esperanza de un futuro diferente. Situación que además propiciará el protagonismo de organizaciones como Hamas.

Esta hazaña de Trump está condenada al fracaso. La cuestión es el número de víctimas que dejará a su paso y por eso, desde el Equipo Palestina de la Secretaría de Relaciones Internacionales hacemos un llamado a la afiliación de CGT a estar atentos a la evolución inmediata de los acontecimientos en la Palestina ocupada y, si es posible, participar en los actos de apoyo al pueblo palestino que se desarrollen en nuestras ciudades.

Desde este Equipo no tenemos dudas, Palestina es una tierra ocupada.

Consideramos a todo Estado como enemigo directo del autogobierno de las personas.

Vemos las religiones, ateísmo incluido, como legítima decisión individual, pero nunca como justificación de agresión entre las personas.

La libre federación de personas ha de permitir a los pueblos autodeterminar su forma de gobernarse y convivir.

Por todo ello nos manifestamos claramente por la condena total y absoluta de este nuevo gesto de guerra por parte de un Imperio hacia un pueblo que reivindica su derecho a ejercer gobierno en la tierra donde siempre vivió.

Equipo Palestina
Secretaría de Relaciones Internacionales de CGT