Un mito en rojo y negro. José Buenaventura Durruti, ‘Pepe’, lo mismo empuñaba el fusil que cambiaba el pañal a su hija. El leonés más universal ‘revive’ 122 años después de su nacimiento (y 82 de su muerte).

Roja y negra es la bandera de la CGT. Rojo y negro es el mito de Durruti. Un hombre con una vida apasionada que murió prematuramente, con 40 años cumplidos, en un episodio lleno de misterio. No queda rastro de la casa en la que vio la luz, con un sonoro llanto vital, el líder anarquista aquel 14 de julio de 1896.

El rollo de Santa Ana desapareció bajo la piqueta en los años 80 y, entre los escombros, la humilde vivienda de Santiago Durruti y Anastasia Domínguez, el padre de origen vasco-francés y la madre de ascendencia catalana. Le bautizaron José por gusto y Buenaventura porque era el santo del día. Una costumbre de la madre.

Pepe, así le llaman en la familia, era el segundo de los ocho retoños del matrimonio: Santiago, Pepe, Rosa, Castorio Vicente, Pedro Catero, Benedicto, Pedro Marciano y Manuel. El padre era curtidor y participó junto a su hermano Ignacio en la huelga que este gremio protagonizó en 1903 en León para reivindicar la jornada de 10 horas.

El abuelo Lorenzo, que abrió una cantina en la calle Renueva tras llegar de Aiherre (Laburdi), Francia, en los años 60 del siglo XIX, prófugo de las tropas de Napoleón III, tuvo que cerrar el establecimiento por la solidaridad que mostró con los huelguistas. Y también se hizo curtidor. Tiempos difíciles y violentos. «La gente se piensa que la jornada de ocho horas, las pensiones y todo lo demás vino de bobilis-bobilis…», reflexiona José Buenaventura Durruti, un célebre ferroviario que dedica su jubilación a cuidar las máquinas y la historia de los caminos de hierro, y que es sobrino del mito revolucionario.

La huelga dejó a la familia tocada económicamente y los chicos pasaron de la escuela de la calle Misericordia a las aulas, más humildes, que regentaba el maestro Ricardo Fanjul en la calle El Cid. Muy cerca de allí, en el asilo de ancianos que estaba en la actual audiencia, dio Durruti su primer mitin. O por lo menos una soflama.

Pepe se sintió muy impresionado por las condiciones de vida de aquellos hombres que recogían colillas del suelo para fumar, tal y como relató su hermano Santiago a Julio Llamazares. Durruti se puso a trabajar en una una huerta de Santa Ana y vendió los melones con los que le pagaron (y alguno más que apartó con un amigo) para comprarles tabaco.

Les llevó las cajetillas y en presencia del maestro cuentan que proclamó: «Lo más triste de un hombre es trabajar toda la vida y llegar a viejo sin recursos y tener que ir a un asilo de mendicidad para vivir malamente. Yo, como soy chico, pido a mis maestros que me eduquen como mejor sepan para poder ser útil a los trabajadores» (Ceranda. 1979). La entrevista es recogida en el libro Los Durruti. Apuntes sobre una familia de vanguardia de José Antonio Martínez Reñones (Lobo Sapiens).

Una de las figuras clave del anarquismo en España y a nivel internacional y uno de los principales protagonistas de la revolución obrera y campesina en Cataluña y Aragón posterior al golpe militar del 18 de julio de 1936, el carismático miliciano que se lanzó con la columna Durruti al frente de Aragón y fue llamado para impedir la caída de Madrid, se vio un rebelde desde crío.

Iba a la catequesis con los franciscanos, pero no quiso comulgar y a un fraile le dio con su tirador. Dicen que era despierto y travieso y que cayó en gracia al obispo Gómez de Salazar. Cierto día, el obispo, que visitaba a los enfermos con un carro, se paró frente a un puesto de huevos donde estaban Buenaventura y su hermano Santiago con otros chavales. Andaban descalzos y el prelado les llevó a un comercio de la plaza Mayor para comprarles unos zapatatos. «Pero cuando estábamos en el comercio mi hermano le preguntó: «Oiga, señor obispo, ¿usted es comunista?», relató Santiago.

La curiosidad tenía su explicación. La mujer de Santiago Eguiagaray —apellido con el que están emparentados los Durruti y que también viene del País Vasco francés a León—uno de los patrones de los talleres de curtidos, había prometido a los chavales que les daría unas peras de las que se caían al suelo si llamaban comunista al obispo.

«¡Tacaña!», habría replicado Buenaventura. «Por lo menos, dénoslas del árbol». Gómez de Salazar quiso salir por la tangente y dijo que no sabía qué es ser comunista; pero Durruti insistió: «Mira, muchacho, si ayudar a los pobres es ser comunista entonces aquí tienes a un obispo comunista».

A los 14 años, empezó a trabajar en el taller de Melchor Martínez. Allí se inició en la mecánica y en el socialismo. Su hermana Rosa contaba que «venía con un real a casa y decía: «Madre, mire lo que la traigo; mientras ellos se enriquecen mire usted lo que la traigo», relata Wenceslao Álvarez Oblanca en la Historia del anarquismo leonés.

Ingresó en la Unión de Metalúrgicos de la UGT y en 1913 trabajó en las obras del lavadero de la compañía Anglo-Hispana de Matallana de Torío como operario de los talleres mecánicos de Antonio Mijé. Allí fue testigo de una huelga de mineros por el trato de uno de los ingenieros y mandó parar a los mecánicos para no perjudicar el paro obrero.

A los 20 años, en 1916, ingresó en el Depósito de Máquinas del ferrocarril e cuando su hermano Santiago fue llamado al servicio militar. Poco le duró aquel empleo fue despedido tras la huelga de 1917. Hubo 200 detenidos en toda la provincia y de los mil ferroviarios que se presentaron a trabajar tras terminar la huelga, sólo fueron admitidos 600.

A partir de este momento su vida es un peregrinaje, de país en país y de cárcel en cárcel. José Buenaventura Durruti se estrenó como presidiario en León. «Estuvo quince días en la cárcel vieja, de donde salió al interceder su padre ante Fernando Merino Villarino», el conde consorte de Sagasta y el más influyente de los caciques leoneses.

Marchó a Asturias y al poco tiempo a Francia para no hacer el servicio militar. Regresó en 1919 y se afilió a la CNT estando empleado como mecánico en La Felguera. Uno de sus contactos fue El Toto, Gregorio Martínez Garmón, de Santa María del Páramo, que le informó de los progresos del sindicato en la provincia con Laurentino Tejerina a la cabeza, mientras otro leonés, Ángel Pestaña, impulsaba su expansión en Barcelona.

«Un obrero de cada dos estaba afiliado a la Confederación», señala Abel Paz, autor de Durruti en la revolución española. Quizá por eso no es tan extraño que ahora aparezca el carné cenetista de Paco Martínez Soria, el actor y empresario que prosperó durante la época franquista.

Durruti vuelve a su tierra a apoyar las huelgas mineras en La Robla y, camino de Ponferrada, donde le habían encargado hacer un sabotaje es detenido por la Guardia Civil. Descubren su deserción y le someten a un consejo de guerra en San Sebastián. Logra fugarse y huir de nuevo a Francia. En 1921 se encuentra con Ascaso —uno de los dirigentes más célebres del movimiento anarcosindicalista junto con Federica Montseny, Durruti y Juan García Oliver— en Zaragoza.

Durruti ya forma parte de Los Solidarios —luego los Justicieros— grupo al que se atribuye el asesinato de Fernando González Regueral en León, en la calle Cervantes, en 1923. «Mi tío no tuvo arte ni parte, estaba en la prisión de San Sebastián y luego le trasladaron al hospital militar de Burgos porque tenía una hernia», asegura su sobrino Manuel Durruti Cubría.

«Dicen que nosotros matamos a Regueral y a Regueral le mató su actuación como gobernador civil de Bilbao», proclamó en León años después durante el mitin que dio en el campo del Petardo en 1931 de León (actual plaza La Inmaculada) cuando vino al entierro de su padre.

La fama hizo que Buenaventura Durruti cargara con muchos sucesos a sus espaldas. Unas veces como «autor intelectual» y otras como material. O ambas cosas, como el asalto al Banco de España en Gijón el 1 de septiembre de 1923 en el que fue tiroteado el director Luis Azcárate Álvarez. Dicen que Durruti «era el hombre de la voz ronca» que se abalanzó sobre uno de los asaltantes al grito de ‘canalla’.

El juez miliar de Oviedo dijo que tenía una cicatriz de bala en la mano derecha, pero no se pudo «demostrar fehacientemente que Buenaventura Durruti hubiera participado en el atraco», aprecia Reñones. Sin embargo, se exilió desde desde entonces hasta 1931, cuando la II República declara la amnistía.

Argentina, México, París, Bruselas, Berlín… Son algunos de los países y ciudades en los que reside Durruti. En 1926 es detenido en Francia y encarcelado. Sus cartas dejan constancia de las ideas que le mueven: «Las Navidades son tan solo para los ricos, que la celebran con el sudor del trabajador (…) Las juergas de los ricos son hijas de las miserias de los pobres. Pero pronto esto terminará. La revolución pondrá fin a este desorden social», escribe a su familia, hablando a su hermano Clateo (sic), desde la cárcel de París a su familia en León.

En el exilio conoce y se enamora de Èmmiliene Morin., Mimi. Su compañera y la madre de su única hija, Colette que aún vive en la Bretaña francesa. La niña nació en 1931 en Barcelona, poco antes de la muerte del padre. Tras una visita, Rosa confesó su angustia por las condiciones en que vivían: «Un par de sillas, una mesa y una cama sin colchón, sobre cuyo somier se extiende una manta que sirve para dormir mi cuñada, embarazada…». No quiso dinero ni para un colchón, le dijo tras anunciarle que tendrían un hijo hermoso: «¿Qué podía hacer yo? Mi hermano será siempre un incurable optimista».

Durruti estaba en una lista negra y no encontraba trabajo, así que su compañera se empleó de acomodadora en un cine. Y él se ocupaba de la casa. Barría, cocinaba y cambiaba los pañales a su hija con la misma facilidad que cogía el fusil.

La imagen de Durruti en delantal simboliza para los jóvenes anarquistas de hoy, y también para su familia y quienes le han estudiado, la figura del «hombre nuevo». «Vivió adelantado a su tiempo», sentencian sus sobrinos.

Y era extremadamente honesto. «Una vez mi madre fue a verle a Barcelona y en una zona de viñedos se puso a coger racimos de uva. Mi tío le llamó la atenciín y le recordó que esos frutos pertenecían al sudor de quien cultivaba la tierra», comenta Manuel Durruti. «Respetaba la propiedad», recalca. Algo que no firmarían los terratenientes que eran expropiados en la España revolucionaria.

«¿Cómo van a salir mis hijos si mi padre era igual?», solía decir Anastasia, según cuenta de su abuela José Buenaventura Durruti, el sobrino ferroviario, a quien bautizaron con el mismo nombre porque nació 1 año, 1 mes y 1 día después de que Durruti muriera en el Clínico de Madrid tras recibir un disparo el 19 de noviembre de 1936 cuando subía al coche.

A Manuel Durruti Cubría le pusieron el nombre de otro tío que fue abatido en 1934 en el puente de San Marcos y murió posteriormente en el hospital. Otro hijo de Anastasia y Santiago, Pedro Marciano, que sufrió cárcel en Madrid con José Antonio por falangista fue fusilado en el monte de El Ferral en 1937 por los fascistas. Bonifacio Durruti, un primo que era maestro, también fue pasado tras el golpe militar.

sangre caliente

«Desde mi más tierna edad lo primero que vi a mi alrededor fue el sufrimiento, no sólo denuestra familia, sino también de la de nuestros vecinos. Por intuición, yo ya era un rebelde. Creo que entonces se decidió mi destino», escribió a la familia el 31 de octubre de 1931. Era la respuesta a otra misiva de su hermano Perico —Pedro Marciano, que era falangista— quien le pedía que abandonara la vida que llevaba en Barcelona.

«Los Durruti son gente de sangre caliente, con una idea utópica de la sociedad, una familia apasionante», afirma José Antonio Martínez Reñones. Pero la figura de Buenaventura Durruti, añade, requiere una «historia grande y más neutral» que aún no se ha acometido pese a las decenas de libros y artículos que ha inspirado el personaje y el hombre.

Tampoco hay apenas rastro de la figura del leonés más universal en su patria chica. Una calle en Trobajo del Camino y una escultura de Diego Segura en la plaza de Santa Ana, promovida por la CGT, son la única memoria pública de uno de los personajes más controvertidos del siglo XX.

A su familia no le preocupa los nombres ni los monumentos. «Sólo me importa que se le recuerde como un hombre honesto, adelantado a su tiempo y desprendido, que dio hasta su vida», afirma su sobrino Buenaventura Durruti.

«Las calles no me importan, pero es lamentable que la Universidad de León no haya aprovechado para crear una cátedra del anarquismo a nivel mundial», afirma otro sobrino de la singular saga. Manuel Durruti Cubría, bioquímico de formación y botánico por pasión y conocimientos.

«Pepe, siempre que podía, venía por casa a ver los padres. Venía con frecuencia pero estaba poco, un día o dos, y aprovechaba para arreglarse un poco, porque venía con la chaqueta toda rota. Mi hermano Catero le decía: «Oye, eres un gandul, siempre vienes igual» Y les miraba con una risa… Andar, que vosotros habéis cobrado la ´grati´, comprarme una chaqueta», contaba su hermana Rosa.

Era un hombre jovial y disfrutó de los buenos momentos con alegría, como se ve en las numerosas fotos que guardan memoria de su vida. Incluso cuando estuvo deportado en Canarias aprovechó para hacer deporte. «Cuando estaba en casa se sentaba ahí y cantaba a mis hermanos, a los pequeños, a Manolín y a Pedro. Si decía mi madre: ¡pero este hombre está tonto, hasta cantares saca de su organización!», es otro de los testimonios de Rosa,

«Es el leonés más universalmente conocido», recalca su sobrino. Todos están convencidos de que a Durruti «le mataron», no fue un accidente. Y sospechan de Manzana, un sargento que tenía como lugarteniente y de cuyo fusil salió el disparo que le rozó el corazón, tenía algo importante que ocultar para perderse en el exilio en México tras la guerra civil.

«No era un doctrinario, era un ‘condottiero’, un tipo atrevido y valiente. También se le podía encontrar como una encarnación del guerrillero español». escribió Pío Baroja, quien le conoció personalmente.

La familia nunca olvidó al hombre. La madre solía decir que «cada tantos años nace un revolucionario y éste ha sido mi hijo». Después de la guerra fue a Barcelona con una vecina a visitar la tumba de su hijo en el cementerio de Monjuic: «Podríais decirme donde están las tumbas de los revoltosos, uno que dicen Ascaso y otro Durruti?» Cuando volvió a casa le dijo a su hija: ¿Sabes, Rosa? Están llenas de flores».

Ana Gaitero