Unas cadenas rotas, la A de Aragón (y de acracia), un olivo de Teruel, las montañas del Pirineo en Huesca y el río Ebro cruzando un puente en Zaragoza, todo ello bajo un sol naciente, figuraban en el escudo del Consejo de Aragón, el territorio semiindependiente que gobernó la mitad este de la región desde julio (desde octubre formalmente) de 1936 hasta agosto de 1937. Durante ese año justo, un territorio de unos 25.000 km2, poblado por medio millón de personas, tuvo un gobierno anarquista. Este primer y único estado libertario de la historia (si no contamos el sur de Ucrania entre 1918 y 1920, la época de Néstor Majno) publicó un Boletín Oficial y nombró un Gobierno con trece carteras, dominado por consejeros de la CNT.

 

 Como si de un estado soberano se tratase, el Consejo mantenía excelentes relaciones con la Generalitat de Catalunya, con encuentros entre el Presidente del Consejo, Joaquín Ascaso, y el presidente Companys, durante el curso de las cuales se reafirmó el tradicional papel de Aragón como suministrador de productos agrícolas de la industrializada Cataluña. “Se ha llegado a conclusiones definitivas en cuanto a las relaciones comerciales entre Cataluña y Aragón” recogió la prensa republicana con satisfacción en febrero de 1937, y también se firmó un contrato muy importante de suministro de trigo aragonés para el país catalán.

Y es que el estado aragonés anarquista era casi 100% agrario: había sido despojado de sus tres capitales de provincia, incluyendo el núcleo industrial de Zaragoza. Tal como quedó, su territorio era una franja de unos 350 km de alto por 100 de ancho, completamente rural. La única ciudad de alguna importancia era Caspe, sede del Consejo. La variedad ecológica de este paisaje agrícola era enorme, sin embargo: pastos alpinos en el Pirineo, los ricos regadíos del Alto Aragón, tan peleados por Joaquín Costa, el área desértica de Los Monegros, las riberas del Ebro, los páramos del Bajo Aragón y la zona de olivares y almendros más próxima a la costa mediterránea. Sobre esta variedad de paisajes el Consejo impuso una estructura muy flexible: la Federación de Colectividades Agrarias. Las colectividades debía, según su emocionante texto de constitución, calcado de las obras de Kropotkin, “Propagar intensamente las ventajas del colectivismo basado en el apoyo mutuo”. La asociación a la colectividad era libre, pudiendo cualquiera seguir trabajando su propia tierra por su cuenta, aunque en este caso sin gozar de las ventajas de la asociación, y solamente el trozo de terreno que pudiera cultivar con sus propias fuerzas. La idea general, que no se cumplió en todos los casos, era que quedaba abolida la circulación de moneda dentro de las colectividades, sustituída por cartillas de racionamiento (en la práctica se usaron mucho vales y dinero local), aunque el conjunto de la Federación seguiría usando el dinero en el contacto con el mundo exterior.

 

Si todo esto suena a una utopía agraria “primitiva”, los Estatutos de la Federación se encargaban de desmentirla: una y otra vez se insiste en la experimentación, la tecnología, la formación técnica de los jóvenes campesinos, la profesionalización y la especialización. Parece dibujarse el panorama de una república agraria de tecnología avanzada, capaz de ventajosos intercambios comerciales en el exterior y basando parte de su éxito en la gran variedad ecológica de su territorio: el Estatuto llega incluso a poner un ejemplo concreto en su solemne texto, la cría de patata de siembra en las zonas altas y frías, donde no pueda ser alcanzada por la enfermedades, para su empleo en las tierras calientes y húmedas del llano.
El experimento anarquista aragonés llegó a su fin en agosto de 1937, cuando el gobierno de Madrid decidió tomar las riendas de toda la zona republicana. El Consejo se declaró disuelto, su presidente fue acusado de robo de joyas y detenido y se nombró un Gobernador de la región. No se sabe mucho sobre el impacto real del “colectivismo basado en el apoyo mutuo” en el este de Aragón. Hay que tener en cuenta que fue derrotado dos veces,  en agosto de 1937 y en abril de 1939, y las derrotas sucesivas suelen enterrar a gran profundidad la historia de los perdedores.

Su propia visión era idílica: “Nuestros hermanos campesinos viven una vida sencilla, feliz, con sus colectividades agrícolas tuteladas por el Consejo de Aragón, sin el espantajo trágico de los caciques, terratenientes, curas, escribanos y avaros”. En agosto de 1937 la prensa no-anarquista y especialmente la comunista acusó al Consejo de Aragón de todo lo imaginable, desde el robo al asesinato, pasando por la malversación, el contrabando y la extorsión. Se publicaron reportajes ilustrados mostrando el alivio real o supuesto en los rostros de los campesinos de Aragón, liberados de la tiranía anarquista y de los “cartoncicos”, los vales de los comités que sustituían al dinero contante y sonante. En febrero de 1937 se contaron 280 colectividades, con unos 140.000 afiliados. Menos mal que la cosecha de trigo del verano de 1937 fue buena, algo mayor que la del año anterior…….

 

Y, sí, hubo un tiempo en nuestra tierra que reinó la anarquia, un largo verano de felicidad y utopía.