Lejanas quedan ya aquellas historias de Stevenson que leíamos en “La Isla del Tesoro”. La mota negra, el tesoro de Flint y John Silver “el largo”. Historias de coronas, de piratas y de corsarios. Tal era la encarnizada lucha en los mares, que los reyes, autorizaron a algunos piratas para apresar y saquear barcos ajenos y enemigos de la corona a cambio de inmunidad en el país propio y de parte del botín. Eran los emprendedores e la época. Falsos autónomos que se creían importantes pero al final, esclavos del rey a cambio de un simple papel como el que encabeza esta entrada.

Los mares, ya no son lo que eran, y ahora el mar en el que navegan los grandes negocios es el mar virtual del capitalismo. En este mar, se encuentran los peligros del capitalismo global, que iniciados hace unas décadas, se han convertido en impredecibles. Para combatir los peligros de la competencia que decían defender, los economistas neoliberales han vuelto los ojos a los fondos públicos, embarcaciones cargadas del oro que tanto necesitan, pero que no pueden capturar sin las debidas patentes de corso, que en el lenguaje del neoliberalismo se denomina colaboración público privada. Como antaño, esas licencias se otorgan en documentación escrita, en un proceso que se denomina concurso público y en nombre también del rey y del interés general autorizan para faenar y obtener beneficio en las aguas menos violentas del protegido servicio público.

Un ejemplo de contrato de los que ahora se producen y que externalizan los trabajos en las instalaciones municipales, es el de la provisión de personal para trabajar en las piscinas municipales cubiertas de Zaragoza. Recientemente se licitó este contrato. En el pliego de condiciones, viene redactado cuantas horas de prestación de cada puesto de trabajo son necesarias. Unas instalaciones van con limpieza y otras sin ella. Al ser necesarias horas aisladas, no tenemos la garantía que las personas contratadas tengan contratos a tiempo completo. Uno de los beneficios de las empresas que prestan estos servicios está en pagar poco a sus trabajadores. Prestan un servicio municipal a costa de aplicarles los convenios sectoriales, menos beneficiosos que los contratos de empresas o el propio convenio municipal. Las empresas grandes se unen en “Uniones Temporales de Empresas” que de este modo eluden pagar sus propios convenios acogiéndose al sectorial. Además, el Ayuntamiento es un consumidor final de estos contratos. Es como cuando llamamos al servicio técnico de la lavadora o llevamos el coche al taller, que pagamos el IVA de la factura y no lo podemos desgravar. Eso supone en el Ayuntamiento, que el 21% del presupuesto municipal que se paga en gastos de gestión indirecta, no produce beneficio para el ciudadano. Las empresas, además, tienen un beneficio al prestar el servicio que si es del 15%, sumado al IVA, arroja un 36% de dinero municipal que no produce beneficio ninguno, ni al ciudadano, ni a los trabajadores de la contrata, que cobran por debajo del convenio municipal en la mayoría de las ocasiones.

Como vemos, la gestión público-privada, es similar a aquella relación contractual que surgía entre un rey y un pirata que era la patente de corso. Estas modalidades de prestación de servicio son las que hacen que el dinero público abandone las arcas del estado, sea cual sea el nivel organizativo a que nos refiramos y comience a circular por un mundo de empresas “falsas” en algunas ocasiones, ya que se crean para cada licitación y que se disuelven al acabar esta. Las empresas matrices son como el “armador” de aquellos barcos que una vez usaran los corsarios. Gracias a la subrogación del personal contratado de una a otra empresa según cambie la licitación, estas empresas no necesitan ni tener experiencia previa en el sector, pues el personal no cambia, y al conocer no sólo su trabajo sino las características propias de la ciudad donde lo desempeñan, salvan la papeleta a empresas que pertenecen a sectores que nada tengan que ver con el objeto de la licitación, lo mismo que aquellos marineros servían como tripulación unas veces a unos y otras veces a otros corsarios. Aquella relación contractual era perfectamente legal, al igual que la actual de colaboración entre el estado y las diversas empresas privadas. El mar, eso sí, como ya hemos dicho, es diferente. En otra entrada, desgranaremos alguno de estos contratos.