El modelo actual de relaciones laborales (RR.LL.), sufre una drástica ruptura con el modelo de derechos de la época anterior a la última década del siglo XX. Es un modelo enfermo de neoliberalismo y vacío de Derechos Fundamentales (DD.FF.), lo cual es coherente con la lógica del capitalismo terminal, para mantener una cierta tasa de ganancia del capital.

Las crisis económicas, políticas, tanto las del Estado español como las globales, desde 1977 (Pactos de la Moncloa y Transición, que no ruptura con el régimen), son resueltas las salidas de las mismas (crisis), con intervenciones directas del Estado y el legislativo (para nada la mano invisible tiene que ver), en el corazón de las relaciones laborales (Derechos) y en la cartera de las personas asalariadas (rentas salariales, pensiones y prestaciones).

“El argumento empleado en estas intervenciones es netamente ideológico: la rigidez de los mercados laborales, tanto privados como públicos, estrangulan, frenan e impiden el crecimiento de la economía y la libre competencia”

Estas intervenciones se realizan de forma jurídica (el Estado de derecho ejecuta) desde 1977, Pactos de la Moncloa (moderación salarial –congelación- y políticas de redistribución del gasto público); años 1984/1985, liberalización y desregulación del contrato de trabajo, siendo el temporal y prescindible el “contrato ordinario” que se impone; año 1994, gran Reforma Laboral, donde se produce un repliegue de la intervención estatal tanto a nivel cuantitativo, haciendo desaparecer diferentes formas reglamentarias, como la de no intervención en los ERE y Modificaciones Sustanciales de Trabajo, como cualitativo al eliminar la imperatividad de numerosos aspectos de la regulación salarial, que a partir de ahora podrían ser empeorados según la correlación de fuerzas entre el capital y el trabajo; año 1997, que instaura un nuevo contrato de fomento de empleo, abarata el despido y fija una nueva causa para despidos individuales y colectivos por razones de competitividad; años 2000, 2006, 2010, 2012 y 2013, refuerzan la desregulación en la contratación, los despidos individuales y colectivos y en las condiciones de trabajo, así como se recortan las prestaciones de desempleo y el universo al cual llegan y se reforma “de muerte” el sistema público de pensiones.

Los finales de los años 90 del siglo pasado constitucionalizan y consagran la liberalización del mercado de trabajo, a través de nuevas formas de gestión de la mano de obra, especialmente la denominada descentralización productiva, que externaliza riesgos laborales y sociales a las contratas y subcontratas, cuando no a los cientos de miles de falsos autónomos y es desde ese momento que la libertad absoluta del capital se constituye como único principio de vida.

La gran crisis-estafa aparecida en el 2008 conlleva un pacto de Estado de la clase política y las oligarquías financieras e industriales, para asegurar que quienes han sido la causa de la gran estafa financiera y del ladrillo sean quienes se mantengan impunes y sus beneficios no se vean mermados: se reforma el artículo 135 de la CE y aseguran el pago de la deuda (principal e intereses) a sus tenedores, es decir la Banca y los Fondos, previo endeudamiento del Estado que asume hasta más de 60.000 millones directos en deuda europea y hasta 300.000 millones indirectos para avalar deuda privada.

Empleos, ERE en los mercados privados y en los públicos (Ayuntamientos, Diputaciones, Comunidades, Estado…), el personal laboral también se ve afectado por esta medida extintiva; la sociedad a través del robo directo del gasto público en sanidad, educación, desempleo, dependencia, cultura… se convierte en pagadora de dicha deuda ilegítima e ilegal y se profundiza -aún más- en las privatizaciones de todo lo público.

La flexibilidad ha inspirado todo el modelo de RR.LL. desde hace ya más de 33 años. Este es el modelo actual, el cual tiene vocación de ser estructural, es decir normalizado, donde su arma más poderosa reside en la disolución del carácter colectivo del conflicto, logrando meter en la cabeza y en las prácticas de las personas asalariadas, la lógica individual (buscar cada uno/a, sus máximos beneficios), sin cooperaciones voluntarias (solidaridad), de manera social (colectiva), sino exclusivamente a través de competir.

La cultura y educación (por la práctica) que se inserta en el pensamiento y en la subjetividad de las clases asalariadas nos lleva dar por “normal” el modelo de explotación y sobreexplotación del capitalismo hoy, entre otros factores y/o causas, porque esta clase obrera de país rico renuncia al internacionalismo, preocupándose solo del “cómo vivíamos aquí”, lo cual podría haber tenido arreglo, mientras permanecieron los niveles de subsistencia, pero alcanzado niveles de país rico, dicha renuncia a pensar en los otros y otras, los de fuera, llega a crear una sociedad cerco, con dos situaciones contrapuestas y ligadas: un adentro más que confortable y un afuera inhumanamente inhóspito.

“Esto sucede ante la ceguera persistente, o mejor, el no querer fijar la mirada en ese capitalismo productivista, desarrollista y depredador, que arrasa el planeta y a la humanidad, mientras seguíamos (seguimos) con nuestros niveles de consumo”

Ahora, se tiene conciencia que si se quiere trabajar (conseguir un empleo, cualquiera), se tiene que aceptar las desigualdades salariales y de derechos que comporta la precariedad; es decir, la persona asalariada ha transmutado del consentimiento en la producción a la complicidad con el proceso de acumulación capitalista, impidiendo de esta manera un planteamiento colectivo de ruptura y, en consecuencia, imposibilitando la solución del problema porque se es causa y parte del mismo.

“Esta disolución del conflicto conforma los parámetros del sindicalismo hoy”

Sindicalismo autodenominado “sindicalismo de clase”, cuando la clase social, la clase obrera (a la que dice representar), hoy sólo es una realidad histórica, pues ésta renunció al conflicto social, es decir al “alma mater” de su carácter de clase.

Este sindicalismo abandonó su conciencia de clase (crítica, militante, ética, compromiso con la realidad social y la naturaleza…) y la búsqueda del paraíso hoy queda reducida al perímetro estrecho de unas rentas que le permitan sobrevivir.

Sindicalismo incapaz de representar el conflicto, no sólo por la ausencia de conflicto colectivo, sino por no entender que el conflicto se ha desplazado al plano individual (precariado, no-trabajador/a…) y ahí, es el capitalismo quien juega en casa y gana por goleada.

Sindicalismo que, desde la década de los 90 del siglo pasado, admitió las nuevas formas de gestión de la mano de obra (descentralización productiva y externalización de riesgos empresariales), otorgando carta de naturaleza a la normalidad social (estructural) de las nuevas formas de trabajos y no-trabajos salariados, atípicos y fisurados, donde la individualización del conflicto impide el conflicto colectivo y la solidaridad de clase.

Las actuales formas de empleo (plataformas, digitalización, robotización, teletrabajo, etc.) comportan en sí mismas la ausencia de relaciones colectivas, es decir, han perdido una identidad colectiva consustancial al conflicto y, en consecuencia, el sindicato como representador del conflicto ha desaparecido.

El sindicalismo, hoy, ha estado y está muy alejado de los problemas y los retos que supusieron y suponen (aún más agudizados y acuciantes) una amenaza para la Vida (tal como la conocemos), y no digamos ya para una VIDA DIGNA para todos y todas, sin desigualdades, sin miserias, sin horror, sin hambrunas… Sus consentimientos y el abrazar la “modernidad” (crecimiento ilimitado al cual denominan “progreso”), donde el productivismo, el desarrollismo y la libre competencia se ha constituido como el motor de la historia.

Y el deterioro es aún mayor, pues transciende lo laboral para insertarse en el terreno moral y de comportamiento, pues este sindicalismo se preocupa y se sigue preocupando o haciéndose las preguntas de “los cuantos” olvidándose –conscientemente, pienso- de “los qués”, pues productivismo, competitividad, flexibilidad, desigualdades, son parte del mismo paquete y además indisoluble, luego no se puede –no podemos y menos aún, debemos- desear lo uno y lo otro.

Aquí radica un problema fundamental del sindicalismo y demás gentes, pues les (nos) imposibilita el enfrentamiento y el combate contra las consecuencias de esos criterios superiores (desarrollismo, productivismo, etc.) por los cuales se rige esta sociedad, en el plano material, al ser presos de una preocupación exclusiva por lo material.

Cuando hablamos -o definimos- de que nos encontramos en una fase terminal del capitalismo, no podemos dejar de pensar, ver y analizar que detrás se encuentra y nos encontramos en una fase terminal de nuestra civilización, que colapsará con el más que probable colapso del capitalismo.

Desde siempre mantenemos y hemos mantenido el rechazo a que el capitalismo tenga solución o en él se encuentren elementos aún salvables que ayuden a la solución del problema. Lo que nos preocupa y debiera preocupar seriamente es si tenemos o existe solución en el afuera, porque simplemente no existe ese afuera. El capitalismo ha invadido todo.

El relato sindical ha perdido (como diría el clásico: “a pulso se lo han ganado”) toda la potencia transformadora, al no haber evolucionado (por convencimiento, pienso yo) de un pensamiento desarrollista y productivista -que les sirvió para la época del pacto social en los países ricos y la época del capitalismo del Estado de bienestar-, a un pensamiento que no sólo cuestione las nuevas formas de gestión de la mano de obra (como mercancía y desnuda de derechos), sino que incorpore un pensamiento radical rupturista (para llevarlo al corazón del sistema capitalista) que sea decrecentista, feminista e internacionalista, a la vez que tendríamos que trabajar en torno a la idea del común y a realizaciones que lo adelanten.

(Nota al pie: Agradecimiento de manera especial a Chema Berro, militante y activista de la CGT de Navarra, el cual dialogó con el artículo y compartimos las “preocupaciones” desde un escepticismo radical, pero que al mismo tiempo no nos inhabilita para seguir pensando y actuando).

Desiderio Martín

GABINETE DE ESTUDIOS CONFEDERAL DE LA CGT