Vivimos en una sociedad en la que la cantidad de individuos egoístas supera en mucho al número de personas de carácter más altruista. Esto facilita mucho la expansión del neocapitalismo. En esta sociedad, una parte dela misma debe de quedar en la cuneta para que otras personas “circulen más deprisa”. Vivir en un país situado cerca de Europa, ha permitido que la situación sufrida en la dictadura haya mejorado bastante, tanto, que afirmamos pertenecer a ese “primer mundo” privilegiado que vive a lomos de quienes echamos a la cuneta. Tanto es así que aquellas personas que están en la cuneta dentro de nuestro país, acaban siendo invisibles. Y no hablo de los múltiples asesinados por defender la democracia, a pesar de que también hayan sido olvidados.

Que las empresas decidan crecer en negocio a pesar de olvidar a parte de la población, es normal. Las empresas tienen el objetivo de enriquecer al propietario y en su objetivo económico se valora a quien van dirigidos sus productos. Es decir, una empresa que fabrica materiales exclusivos, es precisamente eso, excluyente, y su negocio se dirige hacia un público determinado.

Todavía hay sectores en los que el objetivo es (o debería ser) alcanzar a todas las personas. El sector público, tiene como objetivo ofrecer sus servicios a todo el ciudadano acogido a la competencia administrativa que proceda en cada caso. La administración, como órgano abstracto carente de corazón, tramita expedientes y papeleos con plazos y condiciones para proporcionar servicios, pero también ejerce, como no, las funciones de sanción, inspección y control. En estos aspectos, la obligación del ciudadano a verse inmerso en unos trámites y un lenguaje administrativo incomprensible, se puede ver suavizada por la asistencia personalizada mediante personas que en muchas ocasiones son agradables y empatizan con el ciudadano haciéndole los trámites comprensibles y menos amargos. Es inevitable la existencia de personas con conductas inadmisibles a ambos lados de una ventanilla. Sin su existencia, no habría quien votase a opciones políticas actuales cuyo nicho electoral es el egoísmo e intolerancia.

Los que tenemos todavía personas mayores a nuestro alrededor cuyo teléfono móvil tiene números grandes para que los puedan ver, personas que en edades tempranas con pocos números y letras en sus morrales salieron del colegio para ir a trabajar, que no saben lo que es una wifi, que tuvieron la oportunidad de ver traer a casa o ser quienes lo trajeron, un televisor en blanco y negro, etc., no pueden ni deben ser objeto de desprecio por parte de la administración. El camino emprendido hacia los trámites telemáticos en la administración, jamás debe implicar la violenta situación de obligar a la ciudadanía con menores conocimientos tecnológicos o con menores posibilidades de adquirirlos a una situación de abandono o ninguneo. La conducta despreciable de las entidades bancarias hacia quienes depositan dinero real en sus cajas y que les rescataron cuando sus trucos de magia les condujeron a la ruina, no debe ser una conducta asumida por la administración, por mucho que quienes la dirigen se encuentren mejor mojándose mientras sujetan el paraguas del banquero que cediendo asiento a una persona mayor.

La administración, no es un banco. O no debería serlo.